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Escudo de Cundinamarca diseñado inicialmente por Don Antonio Nariño |
A
propósito del proyecto de Acto Legislativo que cursa actualmente en el Congreso
de la República y que pretende modificar el Art. 225 de la Constitución
Política de Colombia, creando la Región Metropolitana Bogotá – Cundinamarca,
vale la pena volver un momento la mirada a la historia de las relaciones entre
Bogotá y Cundinamarca en donde siempre
nuestro departamento ha salido perdiendo; para dicho fin que mejor que recordar la
infatigable defensa y excelentes análisis que al respecto llevó a cabo durante
toda su vida el Máximo Historiador de Cundinamarca, Don Roberto Velandia
Rodríguez, iniciamos así una serie de entregas con varios de los artículos
publicados por Roberto en defensa de Cundinamarca desde inicios de los años sesenta del
siglo XX.
Finalmente
al igual que Roberto Velandia se lo preguntaba hace 53 años, hoy podríamos
preguntarnos: ¿Cómo detener la
pérdida de la fisonomía original y unidad de Cundinamarca?; pues la respuesta
es la misma que hace medio siglo planteó
nuestro Máximo Historiador: “…un problema
que podemos resolver a condición de que en nosotros despierte un sentimiento:
la Cundinamarquesidad, alma de Cundinamarca”.
"ALMA
DE CUNDINAMARCA
Publicado
en “Visión Sindical”, enero de 1966.
El
alma de los pueblos es el eco espiritual de las fuerzas sociales que los
caracterizan; la manera de ser de los habitantes de un país con relación al
mismo; el producto de la inteligencia, de la acción y del espíritu fundidos en
un haz de sentimientos. Eternos son aquellos pueblos que tuvieron alma, que
desaparecidos físicamente superviven en la historia, en la conciencia de la
humanidad. Eternos son el Caldeo – Asirio, el Cartaginés, el Fenicio; eternos
siguen siendo Grecia, Roma y los serán Francia, Inglaterra, España. La historia
de la humanidad es la vida de los pueblos con alma. Los pueblos sin alma
perecen en la tumba de la última generación.
Este
inquietante interrogante es el impulso que conduce a la grandeza, quienes lo
sienten llevan en su interior una fuerza creadora, una llama olímpica que arde
en la frente del porvenir, una esperanza.
Cuando
en el yunque de la doctrina federalista se formaron los Estados Soberanos hace
cien años por la aglutinación de las provincias en torno a ciudades y caudillos
inmediatos, y se conformaron políticamente dentro de fronteras rígidas, se tuvo
la sensación de que el país se había escindido en nueve pueblos Cundinamarca
fue de ellos el más caracterizado, desde la época en que se proclamó como República
independiente, el 16 de julio de 1813. Su fisonomía original fue el perfil de
la historia colombiana. Por entonces ya estaban fundidas en su pueblo el
espíritu y las tradiciones de la raza americana que sirvió de plasma a la
germinación de la hispanoamericana. Por eso fue la dimensión de Colombia, lo
primero y más anterior. Entonces el
pueblo cundinamarqués tenía sentido histórico, alma, una conciencia
cundinamarquesa.
De
1857 a 1885 su pueblo tuvo el orgullo de llamarse Estado Soberano. Sus símbolos
flameaban no en los altos edificios del gobierno sino en las astas de los
batallones de Cundinamarca, en la conciencia del pueblo; ardía en el corazón de
los patricios y las gentes representativas. El pueblo pensaba, sentía y obraba
solidariamente. La Asamblea Legislativa y Constituyente fue un órgano
representativo del estilo cundinamarqués; sus diputados hicieron gala de
verdaderos catedráticos del arte de la política y del gobierno; sus curules
eran tribunas de la Libertad y el Patriotismo. El Presidente – Gobernador del
Estado fue un símbolo de esa unidad, un estadista forjado en el ejemplo de la
grande historia que saturó nuestro siglo XIX, un conductor político que quemaba
su espíritu y su carne en los crisoles donde se fundía el bronce para los
próceres civiles y militares cuyas cenizas a sólo pocos años de distancia ya exhumaba
la inmortalidad.
Cuando
se creó el Distrito Federal de Bogotá por Decreto de 23 de julio de 1861 del
Presidente Mosquera, y por consiguiente se desalojaba de Bogotá la capital de
Cundinamarca, el General Justo Briceño, Presidente del Estado, al día siguiente
dictó un decreto erigiendo a Funza en capital de Cundinamarca y ordenaba el
inmediato traslado del Gobierno y sus haberes a dicha población siendo lo
primero la imprenta del Estado. ¿Qué hicimos nosotros el 17 de diciembre de
1954 cuando se creó el Distrito Especial de Bogotá?.
Las
memorias que cumplidamente en esa época rendían los gobernadores y sus
secretarios demuestran que los funcionarios públicos eran más eficientes y
tenían sentido histórico de su responsabilidad. Sus administradores eran
escrupulosamente ordenadas; codificaban todas sus materias, disponían de
completísimas compilaciones de leyes y decretos, se llevaba estadística general
para valorar o evaluar la potencialidad económica del Estado. Era que entonces las cosas de Cundinamarca
tenían valor para los cundinamarqueses.
Hoy,
aquellas virtudes parecen extinguidas; Cundinamarca está perdiendo su fisonomía
original y su unidad; las provincias olvidaron los vínculos que las unían; le
hemos vuelto la espalda al Municipio, al Departamento. En esta apostasía fatal
de la provincia las gentes huyen de ella. Los pueblos se han tornado en
solitarios villorrios donde el amanecer es melancólico y la tarde un lánguido resplandor.
Huyeron en pos de lo nuevo en otra parte en vez de traerlo a la suya. Esa es
una honda transformación negativa que está haciendo de Cundinamarca un
Departamento condenado a desaparecer.
¿Cómo detenerlo? El solo
interrogante es una invitación a pensar que nos encontramos ante un problema
que podemos resolver a condición de que en nosotros despierte un sentimiento:
la Cundinamarquesidad, alma de Cundinamarca.
Roberto Velandia”.
Tomado
de:
Velandia,
Roberto, Hacía la Autonomía de Cundinamarca, pp. 33 a 34, Industrias
Gráficas IGRATAL Ltda, Bogotá, 1967.
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