Busto
de Don Antonio Nariño, ubicado en el patio de
la
Casa de la Cultura “Arturo Wagner” de Zipaquirá,
desde diciembre de 1973.
La placa fijada en su pedestal reza así:
LA GOBERNACION
DE CUNDINAMARCA A DON ANTONIO
NARIÑO
ZIPAQUIRA DIC
13 -1973 |
Desde el Centro de Historia de Zipaquirá, iniciamos los homenajes al Precursor de la Independencia y Padre de Cundinamarca Don Antonio Nariño, con ocasión del Bicentenario de su fallecimiento, compartiendo el discurso que pronunció el Doctor Roberto Velandia Rodríguez, en la inauguración del busto de Nariño en la Casa de la Cultura "Arturo Wagner" de Zipaquirá, donado por la Gobernación de Cundinamarca gracias a la gestión de la Academia de Historia de Cundinamarca y en el marco de los homenajes a Antonio Nariño en el sesquicentenario de su fallecimiento (1973).
DON ANTONIO NARIÑO
Llega
hoy a esta ilustre casa, erigida en arca de recuerdos traídos de la entraña
misma de la historia, la efigie en bronce de Don Antonio Nariño, y encarnada en
ella su presencia fulgurante, cubierta de una aureola de glorias, acrecentada
por siglo y medio de perdurabilidad en el tiempo, pedestal desde el que su
figura se proyecta como símbolo que por siempre presidirá los destinos de la
patria.
En esta hora de gloriosa evocación de un hombre que fue alma de la libertad y de la patria, viene a nuestra conciencia, palpitante de emoción patriótica, la memoria del criollo de 1794 que hizo trepidar con la traducción de los Derechos del Hombre un poderoso imperio en cuyos dominios no se ocultaba el sol; del gran periodista y orador de 1811 que con su pluma y su voz implantó un gobierno propio; del gran cundinamarqués que el 17 de abril de 1812 erigía el país chibcha, panche, colima y pijao en la República de Cundinamarca, simbolizada en el escudo y bandera que él mismo diseñó y el 16 de julio de 1813 declaraba Estado soberano, libre e independiente; la memoria del gran estadista y político que inculcaba con vibrante emoción de caudillo las ideas filosófico-políticas de los enciclopedistas franceses y trazaba los lineamientos constitucionales de una nación que entonces debía estructurarse sobre principios centralistas; del militar ya probado en los campos de batalla, que investido del título de Teniente General a la cabeza de una ejército cundinamarqués marchaba a la liberación de las provincias del Sur, inflamaba su alma, soñadora y romántica, que lo hacía sentir predestinado Libertador.
Estas
son elementales y muy conocidas razones que enseñan a venerar su memoria, y que
traemos aprendidas como lección en el breviario del patriotismo, y al penetrar
en su amplio contenido nos apasionan con su impresionante gesto y recorrido por
los caminos de gesta de la Libertad, ayer señalados por sangre de mártires y
héroes, hoy por bronces y mármoles que la historia, cual eterno escultor de los
inmortal convierte en perdurable pedestal.
Por
eso la historia sólo señala los días esterales, no cuenta años ni meses, sino
fechas que son estrellas del firmamento del pasado, cuya luz, igual que las del
espacio sideral, se proyectan milenios aún después de extinguidas.
A
través de la historia patria, del proceso de integración política de la nación,
se le ha dado a la batalla de Boyacá, el título de cuna de la República y a las
armas los honores del heroísmo, que bien sea así porque la victoria de las
armas, si éstas brillaron bajo la bandera de la libertad, es el triunfo de la
dignidad humana; si bajo la tiranía, es entonces el imperio del despotismo.
Pero no se le ha dado la victoria a las ideas que encendieron la llama de la
libertad en el alma de los pueblos; por eso conocemos más la vida de los
guerreros que la de los ideólogos y legisladores y más culto le rendimos al
héroe de un combate que al héroe de la pluma.
Antonio
Nariño, héroe derrotado como guerrero, fue y sigue siendo héroe invencible como
ideólogo, pues sus ideas son de permanente vigencia en la conciencia y destino
de las naciones, ideas que fueron su obsesión profunda y le hicieron soportar
crueles padecimientos. Acaso hay otro que en ciento cincuenta años haya podido
probar y decir: “Amé a mi patria; cuánto fue ese amor, lo dirá algún día la
historia”. ¿Acaso alguien padeció veinte años de presidio por su causa, en los
calabozos de Santafé a Cartagena, de Pasto a Guayaquil, y desde aquí en
mazmorras de buques de guerra dando la vuelta a América hasta caer en las
tétricas bóvedas de Cádiz? Nariño conjugó la filosofía de la libertad con el
sentimiento de patria; unas veces fue su defensor con las armas y otras con la
palabra; como él nadie tuvo tanta conciencia y razón.
Aquella
travesía por los presidios españoles bastaría para reclamar puesto en la
inmortalidad; esta verdad fue la que deslumbró y calló a aquel congreso
acusador de 1823 cual rayo que en segundos vence la oscuridad de la tormenta.
¿Si hoy día, por una causa política, legítima o ilegítima, setenta y dos horas
de arresto en una elegante celda judicial, con radio y televisión, teléfono,
buenas viandas, cigarrillos, médico de cabecera, dan derecho para erigir en
caudillo a un agitador, qué derechos pueden dar veinte años de presidio y
torturas por la Libertad? Hacia exámenes analíticos de esa índole yo invitaría
a las nuevas generaciones que quieren desconocer los valores eternos de la
patria, que confunden la noción de libertad creadora con la idea de una
libertad destructora.
En
la vida de Antonio Nariño se sintetiza y recoge la historia de Colombia, está
contenido el proceso intelectual e ideológico de la República, diría su
dimensión espiritual. Por eso nos asombra su vida a medida que nos adentramos
en su conocimiento y brota de los anales patrios cual subyugante enseñanza de
apostolado y fe en los supremos ideales del hombre.
La
libertad se gana y se pierde, y como es una llama que necesita combustible
permanente, diariamente los pueblos deben estar cual centinelas al pie del
altar donde ella arde, atizándola con la misma leña que la produjo y produce,
pues de lo contrario se apagará, y convertida en carbones será tizne en el
rostro y una mancha que avergüenza. La leña que atiza la llama de la libertad
es la historia, en cuyos estrados la humanidad espera el juicio final y la
reivindicación de su existencia.
Antonio
Nariño es la Libertad. Hoy, mañana y pasado mañana, se le erigen tres bustos de
bronce en Cundinamarca: en Chocontá, ciudad que lo vio pasar unas veces
derrotado por los federalistas de Tunja y otras victorioso; en La Mesa, por
donde cruzó en septiembre de 1813 como Teniente General del Ejército de
Cundinamarca en el momento más glorioso de su carrera; y hoy aquí en Zipaquirá,
ciudad que tiene entre sus títulos el de nariñista porque le dio irrestricto
apoyo, recursos rentísticos y hombres para sus filas, fue reducto de los libros
de la biblioteca de don Pedro Fermín de Vargas en los que el Precursor
fortaleció su filosofía de la libertad, y finalmente guardó por diez años sus
cenizas trashumantes, de 1849 a 1859.
Esta
casa, recinto en cuyas paredes resuena el eco de la historia, y se engrandece
el sentimiento y la idea de la cundinamarquesidad, será custodio de su
presencia de bronce, relicario de su memoria, fortaleza de sus ideales. Y más
que un vivo recuerdo, será llama en la que encarnan el patriotismo, la
conciencia de la nacionalidad, la libertad, la fe en Cundinamarca, en aquel
Cundinamarca que él forjó, otros dejaron claudicar y nosotros hoy debemos
reconstruir devolviéndole honor y dignidad como Departamento autónomo, así sea
apenas un reflejo de lo que fue en 1811 y 1813 y 1857, porque la dignidad
política de las provincias y de los pueblos se funda en un fuero de libertad.
En homenaje a su memoria, en testimonio de fidelidad a su pensamiento vivo, prometemos hoy que Cundinamarca será siempre guardián y pedestal de su gloria y orgullosa encarnación de su nombre.
ROBERTO VELANDIA RODRÍGUEZ
Academia de Historia de Cundinamarca
(Tomado de: Boletín de la Academia de Historia de Cundinamarca. Volumen II. Número 4. 1974. Pp. 32 – 34).