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domingo, 24 de mayo de 2020

ALMA DE CUNDINAMARCA



Escudo de Cundinamarca diseñado inicialmente por Don Antonio Nariño 


A propósito del proyecto de Acto Legislativo que cursa actualmente en el Congreso de la República y que pretende modificar el Art. 225 de la Constitución Política de Colombia, creando la Región Metropolitana Bogotá – Cundinamarca, vale la pena volver un momento la mirada a la historia de las relaciones entre Bogotá  y Cundinamarca en donde siempre nuestro departamento ha salido perdiendo;  para dicho fin que mejor que recordar la infatigable defensa y excelentes análisis que al respecto llevó a cabo durante toda su vida el Máximo Historiador de Cundinamarca, Don Roberto Velandia Rodríguez, iniciamos así una serie de entregas con varios de los artículos publicados por Roberto en defensa de Cundinamarca desde inicios de los años sesenta del siglo XX.  

Finalmente al igual que Roberto Velandia se lo preguntaba hace 53 años, hoy podríamos preguntarnos: ¿Cómo detener  la pérdida de la fisonomía original y unidad de Cundinamarca?; pues la respuesta es la misma que  hace medio siglo planteó nuestro Máximo Historiador: “…un problema que podemos resolver a condición de que en nosotros despierte un sentimiento: la Cundinamarquesidad, alma de Cundinamarca”.      

  

"ALMA DE CUNDINAMARCA

Publicado en “Visión Sindical”, enero de 1966.

El alma de los pueblos es el eco espiritual de las fuerzas sociales que los caracterizan; la manera de ser de los habitantes de un país con relación al mismo; el producto de la inteligencia, de la acción y del espíritu fundidos en un haz de sentimientos. Eternos son aquellos pueblos que tuvieron alma, que desaparecidos físicamente superviven en la historia, en la conciencia de la humanidad. Eternos son el Caldeo – Asirio, el Cartaginés, el Fenicio; eternos siguen siendo Grecia, Roma y los serán Francia, Inglaterra, España. La historia de la humanidad es la vida de los pueblos con alma. Los pueblos sin alma perecen en la tumba de la última generación.

Este inquietante interrogante es el impulso que conduce a la grandeza, quienes lo sienten llevan en su interior una fuerza creadora, una llama olímpica que arde en la frente del porvenir, una esperanza.

Cuando en el yunque de la doctrina federalista se formaron los Estados Soberanos hace cien años por la aglutinación de las provincias en torno a ciudades y caudillos inmediatos, y se conformaron políticamente dentro de fronteras rígidas, se tuvo la sensación de que el país se había escindido en nueve pueblos Cundinamarca fue de ellos el más caracterizado, desde la época en que se proclamó como República independiente, el 16 de julio de 1813. Su fisonomía original fue el perfil de la historia colombiana. Por entonces ya estaban fundidas en su pueblo el espíritu y las tradiciones de la raza americana que sirvió de plasma a la germinación de la hispanoamericana. Por eso fue la dimensión de Colombia, lo primero y más anterior. Entonces el pueblo cundinamarqués tenía sentido histórico, alma, una conciencia cundinamarquesa.  

De 1857 a 1885 su pueblo tuvo el orgullo de llamarse Estado Soberano. Sus símbolos flameaban no en los altos edificios del gobierno sino en las astas de los batallones de Cundinamarca, en la conciencia del pueblo; ardía en el corazón de los patricios y las gentes representativas. El pueblo pensaba, sentía y obraba solidariamente. La Asamblea Legislativa y Constituyente fue un órgano representativo del estilo cundinamarqués; sus diputados hicieron gala de verdaderos catedráticos del arte de la política y del gobierno; sus curules eran tribunas de la Libertad y el Patriotismo. El Presidente – Gobernador del Estado fue un símbolo de esa unidad, un estadista forjado en el ejemplo de la grande historia que saturó nuestro siglo XIX, un conductor político que quemaba su espíritu y su carne en los crisoles donde se fundía el bronce para los próceres civiles y militares cuyas cenizas a sólo pocos años de distancia ya exhumaba la inmortalidad.

Cuando se creó el Distrito Federal de Bogotá por Decreto de 23 de julio de 1861 del Presidente Mosquera, y por consiguiente se desalojaba de Bogotá la capital de Cundinamarca, el General Justo Briceño, Presidente del Estado, al día siguiente dictó un decreto erigiendo a Funza en capital de Cundinamarca y ordenaba el inmediato traslado del Gobierno y sus haberes a dicha población siendo lo primero la imprenta del Estado. ¿Qué hicimos nosotros el 17 de diciembre de 1954 cuando se creó el Distrito Especial de Bogotá?.

Las memorias que cumplidamente en esa época rendían los gobernadores y sus secretarios demuestran que los funcionarios públicos eran más eficientes y tenían sentido histórico de su responsabilidad. Sus administradores eran escrupulosamente ordenadas; codificaban todas sus materias, disponían de completísimas compilaciones de leyes y decretos, se llevaba estadística general para valorar o evaluar la potencialidad económica del Estado. Era que entonces las cosas de Cundinamarca tenían valor para los cundinamarqueses.

Hoy, aquellas virtudes parecen extinguidas; Cundinamarca está perdiendo su fisonomía original y su unidad; las provincias olvidaron los vínculos que las unían; le hemos vuelto la espalda al Municipio, al Departamento. En esta apostasía fatal de la provincia las gentes huyen de ella. Los pueblos se han tornado en solitarios villorrios donde el amanecer es melancólico y la tarde un lánguido resplandor. Huyeron en pos de lo nuevo en otra parte en vez de traerlo a la suya. Esa es una honda transformación negativa que está haciendo de Cundinamarca un Departamento condenado a desaparecer.

¿Cómo detenerlo? El solo interrogante es una invitación a pensar que nos encontramos ante un problema que podemos resolver a condición de que en nosotros despierte un sentimiento: la Cundinamarquesidad, alma de Cundinamarca.     
Roberto Velandia”.

Tomado de:

Velandia, Roberto,  Hacía la Autonomía de Cundinamarca, pp. 33 a 34, Industrias Gráficas IGRATAL Ltda, Bogotá, 1967.

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