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lunes, 21 de marzo de 2016

EL PARALELO DE LA GLORIA


El pasado jueves 17 de marzo, se cumplió un año más del natalicio del patricio zipaquireño, Doctor Manuel José Cárdenas Rojas, el doctor Cárdenas nació en el año de 1909, durante los últimos meses de existencia del departamento de Zipaquirá (antes de Quesada), uno de sus aportes fundamentales a la historia y cultura de nuestro municipio lo constituye su decisión de reactivar en los años treinta del siglo XX, el Centro de Historia de Quesada (fundado en el año de 1908) en esta ocasión, bajo el nombre de Centro de Historia de Zipaquirá, entidad académica que posteriormente se convertiría en la actual Academia de Historia de Cundinamarca.

El Centro de Historia de Zipaquirá en cabeza del doctor Cárdenas, realizó una importante labor en pro de realzar y mantener vigente la conmemoración  del 3 de agosto, día de los mártires zipaquireños, fecha histórica que en este año llega a su Bicentenario.

En esta ocasión como homenaje a nuestro fundador en el 107 aniversario de su natalicio y a la vez como una actividad de difusión de la importancia del 3 de agosto en Zipaquirá, en este el año de su Bicentenario, les presentamos el texto del discurso que el doctor Cárdenas pronunciara el 3 de agosto de 1959 en la sesión solemne del Centro de Historia de Zipaquirá y que tituló “EL PARALELO DE LA GLORIA”.



Doctor Manuel José Cárdenas Rojas 

Palabras pronunciadas por el Doctor Manuel José Cárdenas Rojas en la sesión solemne del Centro de Historia de Zipaquirá, celebrada el día 3 de agosto de 1959.

En estos días de julio y agosto en que el viento agita las banderas tricolores, el patriotismo de los colombianos de todas la latitudes se complace en viajar por el mapa de las batallas emancipadoras, y enmarca la figura ecuménica e iluminada del Libertador, atravesando el páramo de Pisba con sus tropas desnudas y hambrientas de gloria, abriendo los portales de la libertad de América, primero en el pantano de Vargas con la carga fulminante de los llaneros de Rondón, y luego, con la rápida estrategia de Santander y Anzoátegui al tomar el puente de Boyacá el 7 de agosto de 1819.


Billete de 1 peso oro
emitido el 7 de agosto de 1953
en homenaje a la Batalla de Boyacá

Además de la rápida fantasía, como los colombianos repasan su lección elemental de Historia Patria, el sociólogo e historiador de nuestro tiempo tienen que hacer una profunda pauta de meditación para asociar, además de las causas que produjeron nuestra emancipación, los remotos orígenes de nuestra organización social y étnica, antes de que aparecieran en nuestros puertos, y entraran, rio arriba, las legiones de la España peregrina y conquistadora, que con el labio musical de la lengua de Cervantes y Santa Teresa, iría a cambiar el paganismo de los primitivos pobladores, por el espiritualismo cristiano, y a confundir el cromosoma de los nativos con los celtíberos, hijos del Cid, que si en el tiempo de Carlos V no vieron ocultar el sol en sus dominios, con Bolívar, el caballero de la gloria, que enciende la antorcha de la libertad del nuevo mundo, regresaría doblando a Europa el prestigio secular de la raza hispánica.

Si queremos regodear nuestra emoción patriótica en los caminos de la historia, encontraremos pronto a Tunja, ciudad a la cual desembocan y de la cual salen todos los caminos de la libertad. Pero si llevamos nuestros pasos a través de los rostros perdidos del hombre americano, forzosamente tenemos que desviar un poco hacía el norte de la carretera central, y detenernos en Zipaquirá, para que su imagen física nos dé, en sus continuas mutilaciones en las diversas etapas de su frustración,  la pérdida del hombre precolombino.

De ahí que perdonadme que pretenda hacer ahora un brevísimo paralelo entre las dos ciudades colombianas que mayor significación tienen en el mundo de la sociología colombiana y de la historia. Tunja y Zipaquirá parecen copiadas de un paisaje de Castilla. Si bien Tunja le aventaja en sus tesoros artísticos, Zipaquirá se yergue entre un estuche de verdura y si ambas están cobijadas por una misma mantilla de nubes, cuando aparece el sol en la ciudad boyacense, reluce el paisaje ocre, arenoso y pelado por donde pasaron las legiones de la libertad y en las espadañas de sus iglesias parece que el viento golpeara en el bronce de las campanas, el mensaje de la victorias. Pero si llegamos a esta ciudad y la miramos sobre el altozano de Potosí o desde la Hostería del Libertador, por el medio de la torres de la catedral románica veremos cómo las paralelas del ferrocarril se pierden sobre los farallones de piedra de las rocas de Suesca, donde las legiones atónitas de Jiménez de Quesada saludaron a la sabana con el verso humedecido de lágrimas de don Juan Castellanos: “Tierra de bendición, tierra serena, tierra para hacer perpetua casa, tierra que da consuelo y fin a nuestra pena”.

Las banderas de España que tremolaban gozosas sobre la esplendidez de la llanura, al conquistar el Reino de la Sal, indicaban el principio del fin, y marcaban ya la sepultura de la civilización chibcha para poder aprovechar la riqueza salina y poner los primeros cimientos del gobierno colonial.


Billete cinco pesos emitido por el Banco de Zipaquirá en 1882
refleja la Zipaquirá salinera
colección particular 
Habían subido los españoles por la sal que les había conservado la vida dentro del infierno inhóspito del Carare, y en cambio de construir y fundar la capital del nuevo reino en sus feraces tierras, llenas de frutos abundosos siguieron hasta Teusaquillo, donde con ayuda del Cacique de Suba, que fue el primero que recibió el bautismo de la religión cristiana, fundaron a Santafé de Nueva Granada el 6 de agosto de 1538 verificándose en ese día la cita de los tres conquistadores.

Vino así, como lo dijera López de Mesa, la primera frustración de una raza debido a la sal, que si en el futuro seguiría dando riqueza y progreso a España y a la República, parece que para ella llevara el ingrediente nocivo que destruyó las ciudades bíblicas.

Los conquistadores provocaron después la rivalidad entre el Zipa y el Zaque de Tunja, y dieron fuerza de superioridad a jefes indígenas de inferior categoría para destruir, con sus propias jerarquías, la más grande agrupación étnica y política del interior del Nuevo Reino, no quedando el choque brutal entre las razas ni la pavesa de la instituciones, costumbre, religión, arte y cultura del pueblo mosca, como la que en México y en el Perú prolongaban el paso de la cultura Maya e Inca respectivamente.

El pueblo de Zipaquirá, que como núcleo sociológico y económico fue la sede del pueblo Chibcha, llegó a tener más de ochenta mil habitantes, que fueron trasladados a Nemocón, y exterminados en su mayoría y apenas quedaba un saldo de ochenta nativos, a los cuales se le dejó, por orden del Fiscal Moreno el aprovechamiento de las fuentes saladas.

Zipaquirá había sido fundada por Dios y no por Cédula Real o decreto humano. Su sal, que para los hombres como para los gobiernos fue fuente de salud, para ella fue cédula de amargura, de exterminio, de traición permanente y de muerte. Con Zipaquirá terminaba la prehistoria y con Tunja y Bogotá nacía la colonia en el año de 1538, con Gonzalo Suárez Rondón y Jiménez de Quesada.

Mientras Tunja crecía en parabienes y dignidades, y los imagineros iban plasmando en sus templos el alma profundamente católica, trágica y meditativa de España, a Zipaquirá la resistencia de los nativos sólo le permitió pasar de pueblo doctrinero, administrado por la comunidad franciscana a Parroquia hasta el año de 1779. De ella queda en la Capilla de los Dolores la campana que esconde en su tañido el deprofundis de la raza.

Tunja entra de lleno por la puerta grande de la historia nacional, engolada de prestigio intelectual, y el intercambio económico de la sal sigue hermanándola con Zipaquirá. Esta reproduciría dos centurias más tarde el prodigio poético de Sor Francisca Josefa del Castillo en la lira llena de auroras inefables de Belisario Peña. Y en el Congreso de Tunja se oiría el verbo candente y adoctrinante de juricidad de Camilo Torres otorgando a Bolívar los honores de caudillo de la libertad, Zipaquirá repetiría cien años más tarde al apóstol y profeta de la paz Don Santiago Pérez y esculpiría en las páginas de la elocuencia sagrada a Carlos Cortés Lee.

Todos los pueblos del norte de la Nueva Granada estaban vinculados a Zipaquirá por la sal. Del Socorro de donde viene el azúcar en blancos panes, llega también la llamarada ardiente de la revolución del Común. Las capitulaciones juradas ante los evangelios fueron escritas en Tunja y reformadas y ampliadas en Zipaquirá. Aquí en esta plaza quedaría aplazada por un siglo más la independencia de Colombia y frustrado nuevamente el derecho del pueblo al laboreo de las fuentes saladas, tal y como lo había proclamado la voluntad real de Carlos III de España. Pero la cabeza de Galán seguiría goteando de sangre el camino de las reivindicaciones sociales y de las luchas por la libertad de los pueblos americanos.

Mientras Tunja hace cuarteles y cuaja libertadores, Zipaquirá financia las batallas emancipadoras. Sólo hasta 1810 se declara legalmente municipio, y su cabildo admirable tan sólo funciona, en 1811 y en 1813 para entregarle a la República naciente su patrimonio rentístico.



Billete de 1000 pesos oro (reposición)
en homenaje a los héroes del pantano de Vargas
emisión de 31 de enero de 1992
Sus mártires son gentes del pueblo, de vidas intrascendentes, cuya biografía principio en el cadalso. Pero su sangre es un vino caudaloso que alimenta los próceres colombianos…Miradlos en este sala como luceros que se proyectan en el continente de la esperanza como acicate de la lucha que comienza hoy tres de agosto de 1959.

Han pasado ciento cuarenta años y después de la emancipación de Colombia y Tunja que fundió espadas de patriotismo para crear la libertad de la Nación ha cosechado los frutos de su grandeza. Más allá de sus caminos está Paz del Rio, donde se están fraguando las nuevas espadas y los aceros que han de fortalecer la autarquía económica del país, al cual está contribuyendo el patrimonio de los colombianos.

Zipaquirá con la construcción de la planta de sal y de soda, quedó a espaldas de la civilización pero delante de Dios y de la Patria.

A prolongar en el tiempo y en el espacio, el espíritu y la gloria de Zipaquirá, con la fundación de la Casa de la Cultura, hemos venido a celebrar este día y a jurar sobre las cenizas de nuestros mártires la reivindicación de nuestro suelo, bajo el amparo de Dios y la protección de las instituciones democráticas de Colombia.
                    

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