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viernes, 13 de diciembre de 2019

DIARIO DE LOS ÚLTIMOS DÍAS DE LA ENFERMEDAD DE NARIÑO



Billete de 10 pesos expedido en 1904 por la Junta Nacional de Amortización
en su costado izquierdo la imagen de Nariño. (colección particular).


A N T O N I O   N A R I Ñ O

9 de abril 1765

13 de diciembre de 1823

Con ocasión de cumplirse en este día, el 196° aniversario de la muerte del Precursor de la Independencia y Padre de Cundinamarca, queremos compartir con todos, el diario registrado por el Médico Juan G. Gutiérrez quien atendió a Nariño en sus últimos días de vida, información que transcribimos del “Archivo Nariño”, tomo VI,  págs. 337 a 339.

DIARIO DE LOS ÚLTIMOS DÍAS
DE LA ENFERMEDAD DE NARIÑO

DESDE EL 9 DE DICIEMBRE HASTA EL 13 DEL MISMO MES, EN QUE FALLECIÓ. Villa de Leiva, 13 de diciembre de 1823.
                                      Juan G. Gutiérrez.

DIARIO
De la enfermedad y asistencia del señor general Antonio Nariño, desde el día 9 del presente diciembre a las siete y media de la noche hasta el 13 del mismo, en que falleció.

El día 9 a la nueve y media, como he dicho, llegué a esta Villa y en el momento pasé a visitar al enfermo; por su relación y la de los asistentes me impuse que desde el 3 le había acometido la epidemia que infesta actualmente el país con síntomas bastante funestos como delirio, síncopes, vigilias, privación absoluta del gusto; que hacía los días 6 y 7 habría sentido alguna mejoría, que el 8 recrudeció la enfermedad, padeciendo el 9 un fuerte ataque de hemoptisis, de modo que se vio próximo a expirar: que habiéndose recobrado un tanto se le administraron los santos sacramentos, continuando, no obstante, el esputo de sangre, el horror a los alimentos, principalmente los fáciles de digerir y una suma debilidad en cuyo estado lo hallé a la hora indicada. Después de haberle examinado atentamente su estado pesado, y presente su idiosincrasia, etc., arreglamos el método curativo, previniéndome  formalmente no le hiciese la menor aplicación sin su consentimiento, a cuya condición me fue preciso sujetarme, considerando que si me retiraba, no había otro que me reemplazara y quedaría sin un profesor que le ayudara a dirigir su tratamiento en circunstancias tan apuradas; en efecto, era el último momento, yo solamente proponía al señor general los medicamentos que juzgaba convenientes, y él elegía o desechaba, según su parecer. Establecimos, pues, un método que satisficiera las dos urgentes indicaciones que se presentaban, a saber: aumentar las fuerzas sin irritar, y quitar y moderar el flujo sanguíneo, empleando para llenar estos objetos los vulnerarios tonificantes, refrigerantes, y cardíacos, como los huevos con zumos de berros, llantén, borraja y fumaria, cuya composición, me dijo, siempre le había usado con éxito feliz; con el preparado en caldo de pollo, cebada y arroz; ligeras fomentaciones de ron y triaca; algunas embrocaciones de vino, aguardiente y grama; derivativos a los pies, y gelatina de patas de cordero. No quiso tomar por agua común el cocimiento que le propuse de consuelda mondada, llantén y raíz de ortiga blanca, sino agua natural. No se conformó tampoco con el alimento que le propuse de caldos y sopas claras, sino que dijo que debían ser más fuertes, como lo hizo después. También quedaron indicados los caldos de cangrejos y las salsas de verdolagas.

10.- En este día disminuyó el esputo sanguinolento, pero no la postración de las fuerzas, en cuya atención se agregó al método anterior genciana en el caldo; tocados en el estómago; paños de vino a los muslos, con lo que se reanimó considerablemente, renaciendo el apetito, con lo cual comió sin mi aprobación caldos de huevos, que también pidió fritos, duraznos, y ajiaco de turmas.

11.- Se varió el plan por haber amanecido con mucha tos y bastante fiebre; se suprimieron algunos analépticos o restaurantes, y se le administraron algunas pociones de cocimiento de cebada y grama, con unas gotas de espíritu de vino dulce alternando con la decocción de corteza de raíz de malvavisco y goma arábiga; se le quitó enteramente la fiebre, y casi del todo la tos. Este día, después de administrarle la extremaunción, y calmados los síntomas, como digo, montó a caballo contra el voto común; a pesar de esto, siguió la mejoría en tales términos, que no solamente se quitaron la tos, el esputo y fiebre, sino que hasta las 24 horas no volvió a arrojar ni una ráfaga de sangre; pasó muy buena noche.

12.- Continuó la mejoría, y se seguía el mismo método con algunas pequeñas modificaciones, pero a las once volvió a montar, a las doce tomó caspiroleta, y pichón asado, y a la tarde bebió agua pura en exceso, y casi en seguida tuvo una fuerte apirexia o escalofrío, renovándose consecutivamente  la tos, el flujo de sangre, el desasosiego y todos los síntomas de muerte.

Desde el 11 comenzó a tomar leche de burra recién ordeñada, con signos muy sensibles de aprovechamiento. La noche de este día fue cruel, pues la tos, el esputo, el colapsus fueron continuos; se le dio la goma de andragato, tisanas ligeramente astringentes, y por último, un poco de opio cuya dosis el mismo señor Nariño graduó, pero todo inútilmente.

13.- En este fatal día amaneció casi exánime; sin hallársele absolutamente el pulso, que había  sido siempre pequeñísimo, y todas las cosas, en fin, en el último extremo; a las diez y media tuvo paroxismos mortales, se acumularon todos los auxilios que se pueden proporcionar en estos pueblos tan escasos de recursos, por cuyos medios se le prolongó la vida hasta las cinco de la tarde, en que, con la mayor serenidad de ánimo, y en todo su juicio, pagó su tributo a la naturaleza.

Villa de Leiva, 13 de diciembre de 1823.

Doctor Juan G. Gutiérrez.     

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